sábado, 9 de enero de 2016

Análisis de "Espantos de Agosto" - García Márquez


Análisis de “Espantos de Agosto”
de Gabriel García Márquez

Trabajo realizado por la Prof. Paola De Nigris

Espantos de agosto es un cuento de García Márquez perteneciente al libro"Doce cuentos peregrinos". Este libro lleva ese nombre, dado que se enmarca en diferentes lugares, tanto en Europa como en América, y el género de los cuentos va de lo fantástico a lo cotidiano.
Es necesario aclarar que existe una diferencia entre la literatura fantástica y el realismo mágico, también usado por este autor. Ese concepto fue creado por Alejo Carpentier, escritor cubano, que a partir de las mezclas culturales, sugería que lo mágico se encontraba en lo cotidiano. En ese caso, lo mágico cotidiano no amenaza a los personajes, sino que lo viven como algo naturalmente aceptado. Existe asombro, pero se acepta como algo posible. Este concepto nació con el boom latinoamericano, movimiento de los años '60. Sin embargo la literatura fantástica viene de mucho tiempo atrás. En ese caso el hombre se siente amenazado por una realidad inexplicable. Las circunstancias son cotidianas pero existe algo sobrenatural que amenaza a los personajes y que no tiene una respuesta racional. Los personajes sienten terror. Son los clásicos cuentos de aparecidos.
Podríamos decir que "Espantos de agosto" es un cuento de literatura fantástica. Sin embargo, la reacción de los personajes no parece ser la del terror, sino que más bien aceptan la historia del fantasma con naturalidad. La única muestra de estremecimiento es por el olor a fresas frescas que siente el personaje al darse cuenta que algo extraño había sucedido, y al descubrir a su esposa muerta.

Título y tema

Observando el título podemos apreciar la mezcla de lo que daría terror (“espantos”) y lo que sería inocuo, el agosto, dado que la acción sucede en la Toscana. El agosto en esa región sería el verano, y se suele pensar en una estación tormentosa para historias de fantasmas. Así el título encierra una contradicción que se explica en la calidez del texto. El aspecto terrorífico aparece en el discurso indirecto de los personajes, y sólo al final hay una vivencia del terror.
Podríamos pensar que el tema de este cuento es la memoria que quiere permanecer a pesar del paso del tiempo. Ludovico, el fantasma, está en su “purgatorio de amor”, no termina de resolver su pasado, y no acepta que lo cierren, por ello los padres terminarán en el cuarto de él, para dar vida a aquel sacrificio. No importa cuántos arreglos haya hecho Otero al viejo castillo, el cuarto de Ludovico está intacto, hasta con la sangre seca de su amada, y el olor a fresas frescas. La esposa calentará la cama al final del cuento. Será parte de la historia de Ludovico reviviéndola con calor.
Ludovico no es un fantasma como habitualmente lo pensamos. Su presencia nunca aparece, pero eso no quiere decir que no exista. Su presencia está en los hechos, en su cuarto, en lo sobrenatural que no puede explicar la pareja. Ludovico está también en el recuerdo vivo, a través de la repetición de la historia, ya sea por la pastora de gansos, o por el recuerdo de Otero; y al final por la historia del narrador.

Narrador

El narrador de este cuento es interno según el lugar que ocupa en los hechos. Es uno de los personajes, en este caso el protagonista, el padre de familia (“mi esposa y yo”). Obviamente, al ser un narrador interno, lo que sabe de los hechos y de lo que pasa es parcial, por lo tanto será un narrador equisciente, y así también asumirá un punto de vista interior.
Este narrador elegido por García Márquez para contar este cuento tiene el propósito de darle veracidad a la historia, es decir que parezca creíble. Dado que será una historia fantástica, es importante crear las bases de lo posible, así el narrador en primera persona ayuda a construir en el lector la verosimilitud necesaria para que aceptemos que en él puede pasar algo sobrenatural.

Análisis

La historia comienza in media res, es decir abruptamente. No sabemos quiénes son los personajes que llegan a Arezzo, de dónde vienen, ni qué hacen allí. A medida que nos adentramos en la historia nos percataremos que el plural de la primera persona se refiere a una pareja con dos hijos que están paseando por Italia. El narrador mezcla personajes ficticios con personajes reales ya que menciona a Miguel Otero Silva que fue en realidad un escritor venezolano muy conocido. De esta forma parecen mezclarse el estilo periodístico o de crónica, con el hecho sobrenatural que se relata, dando a la historia la verosimilitud que requiere. A su vez, el personaje de Ludovico, sin apellido, podría acercarse a la persona de Ludovico Sforza, mecenas de Leonardo Da Vinci. Y aunque la historia asegure que Ludovico murió en Francia, el narrador se permite inventarle una historia alternativa, mezclando así realidad y ficción.
La historia sucede en el lapso de un día. Comienza antes del mediodía y termina a la mañana siguiente. Los recién llegados buscan un castillo renacentista del escritor Otero Silva, y se pierden en el camino. Están en una tierra extraña, perdidos, en un lugar lleno de turistas y un día domingo. La idea de lo extranjero, lo extraño, lo poco familiar crea el ambiente de indefención ya que es imposible preguntar por el camino correcto a los turistas. Bajo la apariencia inocente de un viaje de descanso, lo extranjero es lo que contribuirá para la construcción del clima sobrenatural.
Algunos adjetivos utilizados para la descripción del paisaje dan la idea de un entorno que nada tiene de amenazante o de fuera de lo común. Por ejemplo el lugar donde se encuentra el castillo es definido como “recodo idílico”, es decir un lugar escondido, distanciado, solitario, en un ambiente ideal, bucólico, pastoril, semejante al edén. Según la definición de la RAE, el "recodo" es un ángulo de caminos que tuerce notablemente la dirección que traían. Esta palabra inocente, adequiere al conocer el final del cuento, un nuevo significado.
Esta descripción del narrador no parece el ambiente propicio para una historia de fantasmas. Algo parecido supone la mirada sobre el tiempo: “era un domingo de principios de agosto, ardiente y bullicioso”. El domingo es un día de descanso y por lo tanto lo asociamos a un momento apacible, sin complicaciones y más aún si es antes del mediodía. Este día de verano, lleno de sonidos y de calor, en síntesis, nos hace pensar en imágenes de vida. Si tomamos en cuenta estas imágenes, nada nos hace suponer una historia que generaría miedo. El narrador de una historia fantástica lentamente va guiando al lector hacia el terror. En este caso, él nos aleja de ese ambiente y en lugar de miedo nos sentimos cómodos en ese cuadro que propone. Así la historia fantástica que aparece presentada por el discurso de los personajes, será para nosotros parte de la incredulidad del mismo narrador.
La ruta que toman, sin indicaciones, también presenta un paisaje acogedor, pero aparece, una vez más, el elemento perturbador: la vieja pastora de gansos. Ésta es quién los guía hacia el castillo. El hecho de que sea vieja y pastora le da al personaje la credibilidad, por la experiencia de los años y por ser alguien habituado al entorno. De esta forma su insinuación del embrujo del castillo debería tomarse en cuenta, pero la pareja lo toma como parte de la supertición del pueblo. La contestación de la pastora también es interesante, ya que ante la respuesta de que sólo se van a quedar a almorzar, ella replica desinteresadamente y de forma enigmática: “porque en esa casa espantan”. Lo deja caer como algo natural, que queda en la mente de la familia, pero que también toman como algo sin importancia.
La burla de la familia aparece en la voz del narrador: “aparecidos del medio día”, o el deseo de los niños de conocer “un fantasma de cuerpo presente”. Estas expresiones humorísticas plantean la contradicción ya estudiada al principio, no es esperable un fantasma al medio día o verlo de “cuerpo presente”, ya que se supone que el fantasma no tiene cuerpo, sino que es un espíritu. La familia maneja un preconcepto de qué debe ser un espanto y de a la hora que estos podrían salir si fuera real su existencia.
El personaje de Miguel Otero Silva es quien introducirá nuevamente la historia del fantasma, dándole a este no sólo un nombre sino un pasado. Miguel Otero Silva fue, en realidad, un escritor, novelista y humorista venezolano. A su vez es una persona cercana al narrador, por lo que conoce sus gustos de anfitrión y de hombre que aprecia el buen comer. Esta etopeya que se hace del personaje (descripción de los aspectos no físicos del mismo), no sólo presenta el ambiente de camaradería, sino también la posibilidad de que tal vez, el relato que haga de Ludovico, no sea más que una de las tantas bromas que disfruta un hombre propenso al humor.
Por primera vez aparece el tema de la memoria y el olvido. El almuerzo es “de nunca olvidar”, tanto es así que olvidan la visita al castillo. Llegan justo a la hora de almorzar y no tienen tiempo de hacerlo. Sólo lo aprecian de afuera. Es una forma de negar la historia que el mismo encierra, algo inaceptable para el fantasma. Solo después de conocer la historia de Ludovico, y sin darle mayor importancia, conocerán el interior del castillo.
La primera impresión que tiene de él no es nada aterradora, sino todo lo contrario, tenía una vista completa de la ciudad y una terraza florida, una imagen acogedora, que invita a quedarse. Es interesante la reflexión que hace el narrador al contemplar la ciudad, “era difícil creer que en aquella colina de casas encaramadas, donde apenas cabía noventa mil personas, hubieran nacido tantos hombres de genio perdurable”. La referencia a la memoria merecida de hombres perdurables que terminan en el olvido será el tema de este cuento. Ludovico es un hombre cuyo genio debería perdurar, sin embargo esta familia no lo toma enserio. En el discurso, el narrador puede reflexionar sobre esa injusticia del tiempo y del olvido, pero no lo puede poner en práctica, hasta que aparezca lo sobrenatural.
Siendo Otero un escritor humorístico, no es casual que el narrador tome ese aspecto del personaje para no dar demasiado crédito a la historia de Ludovico, quien es presentado como el más “insigne de Arezzo”. No da apellidos que lo identifiquen, de esta manera, el personaje resalta no sólo por lo que hizo para el mundo exterior (las artes y la guerra), sino también por su historia íntima. Su historia se relata a através del narrador en el estilo indirecto libre del relato de Otero. Él destaca los aspecto relevantes de esa historia dentro del cuento. Ludovico es un hombre enamorado que en un instante de locura mata a su amada en el lecho donde acaban de amarse y luego hace que los perros se vuelvan contra sí mismo y lo castiguen despedazándolo. El espectro deambula “tratando de conseguir el sosiego en su purgatorio de amor”. Esta alma no descansa por culpa y por amor. La expresión poética “purgatorio de amor” pone al personaje fantasmal en un lugar donde la condena es no tener descanso, quedando suspendido en la tierra, que también es un purgatorio de amor. De esta manera, el mundo sobrenatural y el real parecen unirse en esta expresión. La vida en esta tierra es un lugar donde se sufre también por amor. Esta relación entre ambos mundos nos permite la comprensión hacia Ludovico, y suaviza una historia violenta.
A partir de que la historia es conocida, la mirada del narrador empieza a cobrar otra dimensión, ahora el castillo es “sombrío”, ya no encantador como había sido su primera impresión. Pero aún así, “con el estómago lleno y el corazón contento” nada parece perturbador, por eso éste prefiere tomar la historia de Otero como “una broma como tantas otras suyas para entretener a sus invitados”. Pensemos que no tomar en cuenta esta historia es una forma de olvidar lo más importante para el personaje fantasmal, ya que este es el aspecto íntimo que lo tiene condenado hasta hoy. Por sus servicios exteriores es reconocido y recordado, pero por aquello que lo condena es ignorado y desdeñado o no tomado enserio por los turistas.
La voluptuosidad del castillo, representación del poderío de Ludovico en la ciudad, se contrapone con el cuarto de él, expresión de la historia íntima y la más importante de este ser. Es por eso, entre otras cosas, que el recorrido se hace “sin asombro”, ya que poco de histórico quedaba en él. Había sufrido mudanzas que borraban la historia del personaje, como si el tiempo se hubiera empeñado en no recordarlo, aunque por deferencia quedaba el relato del asesinato y su muerte. No sólo los dueños anteriores habían cambiado el castillo, también el mismo Otero había restaurado la planta baja, dándole un aspecto amigable y moderno. Algo que también borrará las huellas del primer dueño. En la planta alta, la más cercana al cielo, tal vez el purgatorio, había quedado abandonada con muebles de diferentes épocas. Simbólicamente parece que la memoria quedara allí, perdida en una planta superior a la que se habita siempre, en forma caótica permanecen los muebles, los recuerdos, sin que nadie les preste atención.
Sólo la habitación de Ludovico se mantiene intacta, como si su historia, digna de ser recordada obligara a los dueños sucesivos del castillo a no invadir ese espacio sagrado. Incluso el narrador, dándole al tiempo la cualidad de olvidar, dice “por donde el tiempo se había olvidado de pasar”. Esta idea de un tiempo que también olvida, incluso la condena del personaje, reafirma la soledad que provoca la desmemoria.
El cuarto crea en los que ven una suerte de “instante mágico”. En él se palpa la historia, ya que hasta la sangre seca de “la amante sacrificada” se encuentra intacta. La idea de lo sagarado se aprecia en el adjetivo “sacrificada”, no se usa la palabra asesinada o muerta, sino un epíteto asociado a un ritual. El sacrificio es el acto de ofrecer a un ser superior algo o a alguien en su honor. De esta forma la amada se transforma en el objeto que Ludovico ofrendó a una fuerza superior. La magia también aparece en el leño hecho piedra, como si el frío de esa habitación permaneciera en el aire. Así también la presencia de Ludovico, a través del cuadro, mirándolo todo pensativo. Aunque los pintores de este cuadro no sobrevivieron a su tiempo a través de la pintura, sí sobrevivió la historia que condena a Ludovico y su imagen presenciando permanentemente su acto de sacrificio. Una vez más el recuerdo y el olvido aparecen llenando el ambiente.
Esta antítesis entre el recuerdo y el olvido, se asocia con otra muy conocida: la vida y la muerte. Basta pensar que cuando se recuerda se mantiene vivo al que no está, y cuando se olvida, se lo mata. Todo el cuarto expresa muerte, pero hay algo que hace referencia a la vida: “el olor de fresas recientes que permanecía estancado”. Las fresas son un elemento simbólico. Los indios ojibwa creían que cuando un hombre moría, su alma que seguía conciente, se dirigía al país de los muertos, hasta que llegaba a una enorme fresa. Si el alma comía de ese fruto, olvidaba el país de los vivos y todo retorno resultaba imposible para siempre. Si se niega a tocarla, conserva la posibilidad de volver a la tierra (extraído del “Diccionario de símbolos” de Chevalier). Esta historia se asemeja al mito de Perséfone que en el inframundo comete el error de comer grana de granada y queda condenada a vivir con los muertos. Estas leyendas arrojan luz sobre ese olor que perdura. Toda la habitación recuerda a muerto, pero algo permanece vivo en el ambiente. El fantasma se niega a olvidar y por ello el olor a fresas frescas permanece, aunque estancado, hasta que el espectro acepte su suerte y descanse en el olvido. Este aroma será clave al final del cuento, ya que el protagonista, gracias a él, se dará cuenta a dónde ha llegado, aunque no sepa cómo llegó, ni imagine que él será la representación viva de Ludovico. El cuarto será el lugar mágico donde la vida y la muerte se encuentran, una muerte que se niega a morir en el olvido.
El verano y el día que también se niega a morir, hacen que la noche llegue tarde en esa estación. Si pensamos que la noche es la cuna de lo inexplicable, lo irracional, podemos pensar que ésta se retrasa, como lo hacen los personajes, olvidando la historia que han escuchado en el castillo. El arte en la Iglesia de San Francisco sirve para distraerse y coloca nuevamente a la familia en un ambiente amigable y distendido. Conversan, toman café bajo las pérgolas de la plaza, y el tiempo corre sin presiones, y sin percatarse de ello. Cuando llegan al castillo a buscar las maletas, el ambiente cordial se prolonga, ya que la cena está servida y esto los invita a quedarse no sólo a cenar, sino a pasar la noche. Una vez más, la vida olvida a la muerte.
Los niños toman la historia de Ludovico como un juego de aventuras al que descubrir. Eligen las antorchas como representación de lo primitivo, lo místico, y con ellas van a “explorar las tinieblas”. Esta expresión metafórica sugiere el deseo de adentrarse en ese espacio inexplicable. Son los únicos que quieren saber, conocer, adentrarse en ese mundo de historia, rescatar lo olvidado, aunque lo hagan de forma irreverente. Ellos no son los que vivirán lo sobrenatural, sino sus padres, que son los que no creen, los que no se preocupan por dejar morir el recuerdo, y los que podrán revivir el ritual. Los adultos, que han perdido la curiosidad, escuchan las correrías de los niños como “galopes de caballos cerreros”. Esta metáfora no sólo muestra la pasión de los chicos, sino la búsqueda incansable y errática de ellos. También prepara al lector para lo que vendrá, aquello sobrenatural que galopa al adentrarse la noche. Otros elementos que preparan al lector para lo fantástico son los “lamentos de las puertas” y “los gritos felices llamando a Ludovico en los cuartos tenebrosos”. Las puertas parecen quejarse, sufrir la impertinencia de los niños. A su vez la antítesis entre “los gritos felices” y “los cuartos tenebrosos” habla de la actitud irrespetuosa de estos al invadir lo sagrado y buscar al espanto que si bien no desea morir, tampoco ser tomado a la ligera en su sufrimiento. Es esa curiosidad la que les da la idea de quedarse a dormir esperando que algo sucediera y pudieran ver al fantasma. La acción de estos niños permite el desenlace del cuento, y que los adultos vivencien el umbral entre el recuerdo y el olvido, entre la vida y la muerte. Es interesante la expresión del narrador al concluir “no tuvimos el valor civil de decirles no”, como si quedarse y exponerse a la aventura de los hijos fuera un acto de civilidad, una responsabilidad como padres y ciudadanos. Sin duda, el recuerdo es una responsabilidad cívica.
El desenlace del cuento ocurre a la mañana del día siguiente. El protagonista asegura haber dormido bien, en un sueño profundo, y como algo sin importancia aclara que lo hicieron en la planta baja, en un cuarto moderno y contiguo al de sus hijos. Este nuevo despertar no tiene nada de tenebroso, sino más bien renovador. Recuerda haberse dormido contando las campanadas del reloj y pensando en la advertencia de la pastora. Es interesante la expresión sobre los “toques insomes del reloj”, como si este nunca durmiera. Esta catacresis (adjetivación inadecuada) proporciona la atmósfera fantástica, ya que mientras todos duermen, parece haber una fuerza que no lo hace. El sueño fue “denso y continuo”, nada perturbador, ni siquiera por haberse dormido pensando en el fantasma y en la posibilidad del espanto. El día espléndido acompaña la confianza que el personaje siente de que no existe nada atemorizante en la noche que han pasado. Al mirar a su esposa que “navegaba en el mar apacible de los inocentes”, tampoco se percata de nada extraño. Sin embargo la metáfora vincula la acción del sueño con la de la muerte violenta. La palabra “inocente” podría emparentarse con la de “víctima”. A su vez la imagen del mar apacible nos acerca a la idea de algo inmenso, profundo y misterioso. De esta forma se relaciona la vida y la muerte en ese espacio mágico y maldito. Pero aún así demora para darse cuenta de lo que ha sucedido. Piensa que es anacrónico creer en fantasmas en estos tiempos, sin darse cuenta que lo sobrenatural no necesariamente se manifiesta con la presencia de un fantasma, sino que existen hechos inexplicables en el hacer cotidiano.
El primer indicio que le hace reaccionar es el olor a fresas recién cortadas, recordando que las había sentido en el cuarto de Ludovico. En aquella ocasión el olor a fresas frescas parecía estancado. Ahora están recién cortadas, como si el fantasma se contentara al ver otra vez la escena del sacrificio y aceptara al fin, sabiendo que su historia no se olvidará, tomar las fresas del olvido. Este olor es acompañado de la mirada del narrador que recorre la habitación volviendo a describir lo que vio el día anterior. El último vínculo entre la vida y la muerte está en la expresión final. La mujer duerme en “las sábanas empapadas de sangre todavía caliente de su cama maldita”. La sangre de la amada de Ludovico ahora se entremezcla con la de su esposa, así aquel que no creía o no entendía, es protagonista del rito. La sangre caliente, y la cama “maldita” nos muestra que el narrador ha asumido, sin saber cómo, el lugar del insigne asesino.

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